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Sexo inocente y húmedo con un desconocido

21 de junio de 1980. Primer día del verano. 40 grados al sol. Ni el abanico lograba calmar el fuego que abrasaba mi cuerpo. Estaba aburrida. Mis amigos ya estaban en sus respectivos pueblos de vacaciones; pero a mí ese año me tocaba quedarme en la capital. Mi prima –un año más pequeña que yo- y su hermana mayor serían mi única compañía durante los meses de julio y agosto. Aunque no me importó. Todo era un buen plan, salvo estar en casa. Así que desde el día 22 de junio hasta finales de agosto, la piscina de la urbanización de mis tíos se convirtió en mi segunda casa.

Y vaya casa…las feromonas se olían a varios metros del recinto. La media no superaba los 25 años. Para mí, por entonces, suficiente. Yo no había cumplido aún los 18 años. Me faltaban algunas semanas. Así que no podía imaginar paraíso mejor que aquel. Más de 12 horas al día, durante dos meses, únicamente preocupándome por la crema del sol, la toalla, las revistas de moda que mis primas robaban de la película que dirigía mi tía y el bikini que ese día me iba a poner para lucir palmito ante los chicos de la urba.

Bueno, miento, no buscaba lucirme ante nadie que no fuera Israel. Yo creía entonces, que era el chico más sexi que jamás iba a conocer. Ilusa de mí. Qué tendrá la adolescencia, ¿verdad? Todo se magnifica. Era el nuevo socorrista de la urbanización, sería eso. Uno de esos macarras de los 80, que de guapo tiene lo justo y cuyo look esperpéntico hoy me haría reír a carcajadas. Pero entonces, a mí me volvía loca. Tanto, que no fui capaz en todo el verano de cruzar palabra con él. Le miraba de reojo y camuflada bajo mis gafas de sol. Hoy, 32 años después, suena muy ridículo. Pero entonces era lo único de lo que me veía capaz.

Aunque la historia no fue tan inocente como la estoy pintando hasta el momento. Todo cambió el día de mi 18 cumpleaños. No había preparado nada especial para esa noche. Mis amigos no estaban, y mi familia era más bien aburrida. Así que mis padres decidieron que lo celebráramos en casa de mis tíos. Allí cené y soplé las velas. Esa era toda la emoción que iba a vivir ese día. Aunque yo me resistí. Pensé que era un día especial en el calendario de mi vida y que debía de hacer algo que no olvidaría en mi vida. Estaba sola, sin amigos, así que me concentré para pensar en alguna cosa que no había hecho hasta el momento. Los cierto es que eran muchas, pero la mayoría no dependían sólo de mí, así que se me ocurrió bajar a la piscina y darme un baño de noche. Si mis padres se enteraban me iban a matar. Así que la situación, de entrada, ya me dio morbo.

Aproveché un despiste familiar para bajarme a la zona recreativa de la urbanización. Eran las 10 de la noche. Todo estaba oscuro, pero no sentí miedo. Conseguí llegar a la zona de la piscina sin hacer apenas ruido. Me desnudé rápidamente; y sin pensarlo mucho, me zambullí en un agua frío como el témpano. Buceé durante unos minutos. No oía, veía ni sentía nada. Me encontraba en un momento zen de mi vida, y sólo la falta de oxígeno me hizo reaccionar. Volví a la superficie -como de un sueño lejano-, y cuando abrí los ojos, casi me da un infarto. Alguien estaba al lado de la piscina observándome. Al principio me asusté mucho, me froté rápido los ojos, pero una voz masculina lejana, que no pude reconocer en un principio, me intentó tranquilizar. Cuando ya comencé a ser consciente y recuperé la vista, los nervios casi me hacen desmayarme. Era Israel, el socorrista macizo. Había vuelto a la piscina para echar un producto al agua que se le había olvidado. Yo estaba desnuda y no me podía mover; él, sin embargo, no hacía más que acercarse. No hablamos nada. Yo no era capaz de hacerlo. Cuando de repente vi cómo se quitaba toda la ropa con la intención de acompañarme en el baño más inolvidable de mi vida. No me lo podía creer. Mi corazón iba a mil, y pese a la temperatura del agua, mi cuerpo inerte desprendía potentes radiaciones de calor. Estábamos a menos de un palmo y aún no habíamos cruzado ni una sola palabra.

Yo intenté articular una sílaba y él rápidamente me detuvo poniéndome su dedo en la boca. Cuando se aseguró de que no me atrevería a decir nada, despejó mis labios y acarició mi lengua con la yema de su dedo. Tras unos minutos observándonos como dos amantes desesperados, él moldeó con su mano el contorno de mi cuerpo hasta mis pechos. La segunda parada. Comenzó a juguetear con mis pezones, erizados por el frío y los nervios. Nadie lo había hecho nunca hasta ese momento. Y nunca imaginé que la primera vez fuera de esa manera, aunque el recuerdo no puede ser más caliente.

Entonces reaccioné, y me di cuenta de que yo también tenía que responder a aquellos estímulos. Así que rápidamente le agarré del cuello fuerte y le besé como nunca antes había besado a nadie. Me faltaba incluso el aire. Él me respondió con el mismo ímpetu, a la vez que sus manos continuaban la senda natural de mi cuerpo. Noté como me agarraba con las uñas el culo, y como poco a poco, sus dedos comenzaban a rozar mi sexo. La excitación no podía ser mayor, aunque el hecho de estar en el agua me permitía disimularlo.

Introdujo sus dedos en mí. Sin muchos miramientos. De una manera decidida que me hizo estremecer. No me pude contener y solté un gemido de placer con el que él no pudo evitar excitarse. Noté rápidamente cómo su pene erecto rozaba mis piernas, así que decidí acariciar y juguetear con él y sus testículos como si ésa fuera la última vez que iba a hacerlo, mientras él masajeaba mi clítoris de una manera casi magistral. Nuestras pulsaciones se aceleraban por segundos. Yo quería sentirle ya dentro. Así que me apoyé en sus hombros y rodeé su cuerpo con mis piernas. Mi sexo y el suyo se rozaban. Y cuando creía que estaba apunto de ser penetrada, Israel me cogió con fuerza de las axilas y me colocó en el bordillo de la piscina. Abrió las piernas e introdujo su cabeza entre ellas. Primero noté cómo me besaba y lamía las ingles y después acabó introduciendo la lengua en mi interior. El movimiento cada vez más acelerado me puso el vello de punta. Mis brazos flaqueaban, así que decidí tumbarme mientra disfrutaba de aquellos momentos de gloria. Yo no era consciente de los gritos que estaba emitiendo, hasta que un golpe me devolvió a la cruda realidad. Un golpe en la cabeza. Para ser más exactos, el zapato de mi padre. Cuando abrí los ojos y vi a mi padre plantado inmóvil delante de mí. Con la cara desencajada. Yo quería morir. Israel salió corriendo de la piscina, se vistió y huyó desesperado. Mi padre ni reaccionó. Desde la distancia me lazó una toalla y únicamente me dijo: “Te esperamos arriba para que abras tus regalos”.



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Tema(s): Relatos Eroticos, Fantasias Sexuales

Publicado el: 09/07/2012


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